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Desde mi aldea: Yo no soy político
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Desde mi aldea: Yo no soy político

Por Jorge Molina Sanz
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jorgemolinatesismogmailcom/19/11/19/25
viernes 28 de septiembre de 2018, 09:28h

Esa fue la frase de esta mañana de mi amigo.

Continuó diciendo:

- ¡La política me importa un pimiento!

En ese momento me dejó descolocado, no sabía qué decir porque me cuesta creer que alguien pueda pensar que no le afecta la política, puesto que cada día somos sus sufridores. La política no solo afecta a temas importantes, hasta en las cosas más nimias vemos la mano alargada de la política.

Desde un permiso de obra, una licencia de matrimonio, un certificado de empadronamiento, la limpieza viaria, el suministro de agua o una multa por estacionamiento, en algún momento, ha habido intervención de políticos municipales. Pero podemos seguir subiendo en la escala e incluir innumerables leyes que afectan a los aspectos más insospechados incluidos el precio del combustible o de la electricidad.

Por ello pensar que se puede estar al margen de la política es simplista. Aunque se puede entender -dada la edad de mi viejo marino- la añoranza de aquellos políticos de la transición, políticos que contribuyeron activamente a traer la democracia, a normalizar un país e incorporarlo de pleno derecho en todas las instituciones internacionales.

Una época en la que los políticos eran admirados y reconocidos socialmente, que tuvieron que hacer frente a una transición, con desajustes sociales, políticos y económicos; a vivir una época convulsa con muchas incertidumbres, incluso con muertes, superar un golpe de estado y la obligación de construir un país democráticamente homologable.

Pero al echar la vista atrás se ve que, en algún momento, la sociedad empezó a distanciarse de sus políticos, y posiblemente esto se inició cuando comenzaron a poner por delante sus propios réditos electorales e intereses de partido, sobre el bien común de los ciudadanos -el referéndum de la OTAN fue la primera gran escenificación-; y así hasta llegar al abismo irreconciliable que vivimos en estos momentos.

Con ese rumbo se ha llegado a considerar que todo lo relacionado con políticos nos es ajeno. Y de ahí a pensar que anteponen sus intereses sobre los nuestros.

No solo hay alejamiento. Hay una perversión de la democracia y de sus objetivos.

Tenemos una clase política profesionalizada, a la que sólo acceden desempleados, desocupados y personas con nula experiencia profesional fuera del partido, y sin que aporten ningún valor añadido, salvo el pretender trepar hasta el olimpo de los dioses.

También plagada de funcionarios y profesionales del sector semipúblico, que tienen la garantía de volver a su puesto de trabajo, sin menoscabo, y consolidando nivel o pensiones; pero que sólo aportan una visión burocrática y formal de la gestión, más preocupada en mantener los servicios e instituciones que en provocar cambios importantes.

En la política actual no tienen cabida otros perfiles, como técnicos y profesionales brillantes del sector privado; porque, si caen en la tentación, su paso por la política solo les puede reportar descrédito y abandonar ante esa impotencia al ver que no pueden introducir los cambios necesarios para transformar la gestión y traer una visión más moderna con modelos homologables con el sector privado.

Tal como está montado el chiringuito, son tantos los intereses, son tantas las servidumbres que es imposible introducir cambios que permitan «darle la vuelta al calcetín» a algunas instituciones y a conceptos decimonónicos.

Al final, después de la reflexión le comenté a mi viejo marino:

- No podemos renegar de la política. No debemos estar al margen de la política. Y aunque pensemos que vivimos en una sociedad en la que el peso de lo público es excesivo, nuestra obligación es prestarle la máxima atención, porque todo eso nos concierne, porque en todo eso va implícito nuestro bienestar.

Antes de levantarse para despedirnos me espetó:

- Sigo creyendo que la política es muy perniciosa. Fíjate cómo se llega a querer a una madre; pues tú le añades la palabra política y la has convertido en una suegra.

Menos mal que desde mi aldea todo se ve tan lejano, y ese exceso de ruido queda atemperado por el rumor del mar.

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