El error de cálculo que ha abierto el frente interno, que estaba pacífico y se había plegado ante una evidencia y es que el PSOE gobernaba. El error de cálculo ha abierto la posibilidad de que la crítica interna pueda terminar por organizarse y canalizar el descontento, lo que empaña sus planes a medio y largo plazo.
El riesgo con el que se enfrenta el presidente ya no viene de fuera, sino de dentro de sus propias filas y de dentro de su propio gobierno. Él, que domina los tiempos y que está en el día a día, también tiene dibujado el escenario para después de los presupuestos. Con ellos aprobados, ya tendrá las manos libres para una menor dependencia de Podemos y para abordar los procesos internos del partido con los que tratar de reforzar su fortaleza al frente del Gobierno y de la secretaría general del PSOE.
Hasta ahora el malestar con algunas de sus decisiones se cerraba con un zasca suelto de algún barón, que no pasaba de eso y del que el secretario general tomaba nota a futuro. Cualquier maniobra en ese futuro para pasar factura hubiera tenido menos desgaste. Ahora, el error de cálculo facilita la percha para que aquellos que se pudieran sentir amenazados tengan bazas para su defensa, lo que, de mantenerse la batalla, la hará más dolorosa.
Así las cosas, al presidente le quedan dos, sostenerla e ir al choque o replegarse a la espera de que escampe. En la ejecutiva jugó los dos palos: Mandó callar y pidió lealtad, al mismo tiempo que su número dos salía en rueda de prensa a desmentir que haya existido acuerdo con Bildu. Lo hacía a la misma hora en la que Podemos decía que sí había acuerdo y olvidando lo que el propio número dos había declarado un día antes en una entrevista en el diario El País. Para la historia queda la foto de la negociación de María Jesús Montero, ministra de Hacienda con los diputados de Bildu.