En la cumbre de Helsinki de julio de 2018, Putin y Trump firmaron su paz particular. Un año después, en Osaka, se mostraron en mayor sintonía. Las dos superpotencias militares habían dejado atrás su particular y tradicional enfrentamiento. Y en esa paz, allanaron el camino para establecer las influencias continentales sin chocar entre ellos. América para uno, Europa para el otro y Asia para China. África, el país de las materias primas, a dividir, teniendo en cuenta la fuerte presencia de China en la zona subsahariana.
En 2016, y según concluyó una investigación de los servicios de inteligencia estadounidenses, Rusia, a través de una empresa de San Petersburgo, llevó a cabo una fuerte injerencia en las elecciones en favor de Trump. Desde su llegada al poder y especialmente desde el verano de 2017, el nuevo mandatario norteamericano mantuvo una dura crítica a los países de la OTAN, a los que emplazó a cubrir sus obligaciones financieras. Para Trump la organización de defensa mutua estaba “obsoleta”. Ese mismo año, en julio, se vio por primera vez las caras con Putin. Fue en Hamburgo y la reunión fue extraordinariamente larga: dos horas y quince minutos. Un año después, en julio de 2018, dos días antes del encuentro con Putin en Hensilki, el entonces presidente norteamericano volvió a criticar el gasto militar de los estados miembros de la Alianza y dijo que la Organización favorecía más a Europa que a su país. Trump recordaba a los aliados que la mayoría no gastaban el 2% de su PIB en defensa.
En las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020, el FBI volvió a detectar el mismo movimiento de 2016 de injerencia rusa. A través de cuentas falsas se exaltaban los sentimientos nacionalistas norteamericanos y, cuando se criticaba a alguno de los candidatos, el foco siempre era sobre los demócratas. En 2016, Hillary Clinton. En 2020, Joe Biden.
Esa exaltación nacionalista alentada desde Rusia le ha generado a Putin algunas buenas relaciones con formaciones y líderes europeos de partidos ultranacionalistas y antieuropeístas de diferentes países: Le Pen en Francia, Salvini en Italia, Orban en Hungría, todos ellos euroescépticos. Eso no impidió que estos líderes líderes y otros como el polaco Mateusz Morawiecki firmaran el pasado 29 de enero, en plena escalada del enfrentamiento Rusia-Ucrania, un documento en el que hacían un llamamiento para que Europa responda de manera unida ante agresiones como la amenaza militar de Rusia. Los recelos hacia Rusia eran expresados por los representantes del Este, Polonia y Hungría. La cita fue en Madrid, convocada por el presidente de Vox, Santiago Abascal, y a la que no pudo asistir Salvini. Junto a ese acuerdo destaca también otro, el de defensa de una Unión Europea basada en naciones fuertes y soberanas, poniendo en cuestión la actual estructura europea.
El 2 de febrero, Orban se reúne con Putin en Moscú. Orban tiene cita con las urnas en su país en abril. También se reúne con Putin el presidente y exmilitar brasileño, Jair Bolsonaro, uno de los aliados de Trump en el continente norteamericano. El viaje de Bolsonaro a Rusia para reunirse con Putin se produce a pesar de la presión de la administración norteamericana, ahora presidida por Biden, para impedir el encuentro.
Unos días antes de esa reunión, el expresidente Trump escribe: “Lo que ocurre con Rusia y Ucrania nunca habría sucedido bajo la administración Trump, ni siquiera habría una posibilidad”. Tras la invasión de Ucrania por Rusia, Trump elogia a Putin, cuyos movimientos califica de “maravillosos” e “inteligentes”.
Tampoco hay que olvidar la enemistad de Trump con el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, al que en julio de 2019 presionó para obtener información comprometedora sobre su rival Joe Biden. Esa información estaba relacionada con el hijo del entonces candidato demócrata a la Presidencia. Según se publicó, Biden empleó su influencia cuando era vicepresidente de Obama para salvar de una investigación criminal a su hijo Hunter, que era ejecutivo de una importante energética ucraniana. La actuación de Trump fue una de las bases con la que los demócratas sustentaron la apertura de un juicio político (proceso de impeachment) contra Trump.
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