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Pedro Sánchez en la tercera jornada de la Sesión de Investidura.
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Pedro Sánchez en la tercera jornada de la Sesión de Investidura. (Foto: Pool Congreso de los Diputados)

En la política española faltan templanza y estadistas y sobran aspereza y actores

martes 07 de enero de 2020, 21:18h
De un tiempo a esta parte, a la política española le falta templanza. El problema es que esa aspereza es calculada. Las manifestaciones de la clase política española se radicalizan y lo peor es que la incontinencia y el exceso verbal están prediseñados. Porque para la clase política está en juego el poder. Y para ello no dudan en poner en juego a la nación, que no es sino sus habitantes y su territorio. Es un juego. Y en ese juego se salvan pocos. Todos -o casi todos- apelan a los corazones para, en un tiempo posterior, apelar al voto de esos corazones. Se miden mensajes, frases y gestos. Ha quedado patente en la investidura de Pedro Sánchez. Y esa demostración lo ha sido por la izquierda y por la derecha, por los viejos partidos y por los nuevos (incluidos los más localistas). Una evidencia es que en España faltan estadistas y sobran ventajistas, mullidores de la discordia y de la confrontación.
Para unos la culpa es del otro, que es el villano. Y para el otro, la culpa es de los unos, que son los malvados. La política española se ha radicalizado y esa radicalización se cultiva y se exacerba en la lucha por el poder.

Unos pedían a los diputados socialistas que no votaran a Pedro Sánchez. Otros que los diputados de las formaciones de centro y de derecha se abstuvieran. Pero ninguno se pedía a sí mismo un ejercicio de responsabilidad. Y esa responsabilidad no pasaba por cambiar posiciones -o puede que sí. Cada uno con su conciencia-. Al menos no necesariamente. Bastaba con que el discurrir hubiera seguido por terrenos de la mesura.

Es evidente que Pedro Sánchez buscó el acuerdo que en su día negó el comité federal del PSOE (1 de octubre de 2016) y que provocó la dimisión del propio Sánchez. Esas heridas siguen abiertas y el socialismo español supura por ellas. No se les puede recriminar a aquellos socialistas los compromisos de Sánchez.

Es cierto también que ese desgarro interno se tradujo en otro momento en una abstención del partido de la izquierda a favor del partido más votado, el de la derecha, el PP, para que formara gobierno. A algunos esa posición casi les cuesta el cargo poco tiempo después.

Es cierto que Sánchez tras las elecciones de abril deseaba el apoyo de Ciudadanos aunque no lo trabajó y jugó a neutralizar a Podemos en una relación de ir dando cuerda para terminar tirando de ella. Un juego que acabó por enlazar a Sánchez, Podemos y Ciudadanos en las elecciones de noviembre.

Es cierto también que Sánchez ha buscado su Presidencia en apoyos de Bildu y de ERC. Y eso es muy difícil de asimilar por parte de la población española. Y quien tenía a mano evitarlo ha preferido dejar que ocurriera y posicionarse en la crítica.

Los juegos de poder han puesto en evidencia una cuestión esencial y es que es necesario que el diputado o diputados respondan tanto o más ante sus electores que ante sus propios partidos, como pasa en las democracias anglosajonas. Eso borraría cierto caudillismo que preside la política española.

Hay demasiada sobreactuación. Parece una función de malos actores, que tratan de tapar sus propias carencias con un exceso de gestos y de gritos, con una claqué (clá o clac, como prefieran) que, bien pagada, agita la función desde la red y en algunos medios, en tertulias, columnas y… también en los espacios reservados para la información.

Y más allá de los juegos de poder, España padece y sufre en cuestiones fundamentales. Lo hace como nación, con parte de su población alineándose con la independencia de varios territorios, una población que es espoleada por otros actores en el juego del poder que, en un mundo globalizado e interconectado, buscan más poder remontándose a aspiraciones ancladas trescientos años atrás. Son los mismos que achacan a la derecha estar anclados unos cientos de años más allá, en los Reyes Católicos. Como si en la España actual hubiera que dilucidarla entre el Archiduque Carlos y sus predecesores.

El escenario económico, ese del empleo, de los sueldos, las pensiones, también presenta sus propios problemas. Es cierto que hay dos visiones contrapuestas de cómo tratar de resolverlos. Pero también en esto hay sobreactuación. Los datos buenos se deben a los aciertos propios, al buen hacer. Los malos, siempre son culpa de otros.

En esa ceremonia temeraria e imprudente, la escalada del exceso se da en espiral. Es bueno que de vez en cuando alguien eche mano del juicio, del raciocinio y trate de poner cordura.
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