Había que imaginar para ver a Carmen Picazo, de Ciudadanos, detrás de tanta explosión de color que le pusieron en maquillaje. Un color que también destacaba en la cara de la moderadora que vestía traje pantalón blanco. Sin duda el más radiante, García Molina, que daba la impresión de que regresaba de Baqueira-Berett o de la última sesión de gimnasio y rayos uva.
Tras el primer bloque de debate ya hubo que hacer zapping para ver si estaba más interesante los de maestros de las reformas que emitía Antena-3; para ver si los chapuzas de las reparaciones físicas enganchaban más que los de las reparaciones políticas. Y tampoco. De vuelta a la tele allí cada uno hablaba de su libro.
Y García-Page se empeñaba en incluir un sexto personaje, “el dragón de fuego”, Cospedal, que estuvo y ya no está. Lo hacía para marcar la comparativa con el PP y hablar de los recortes. Núñez rehuía ese escenario, para hablar de futuro, cuando le hubiera sido muy fácil construir un relato en 30 segundos de la Castilla-La Mancha de 2011. Y se centraba en presentar a Page como un incumplidor de promesas y compromisos, que no da lugar a certezas y confianzas. Picazo arremetía contra los de los recortes y los de los anuncios y coincidía con García Molina y con Arias en lo de que ya van 36 años de autonomía y que si estamos donde estamos algo habrán tenido que ver los que han gobernado, o sea el PSOE 32 años y el PP 4 años.
Molina jugaba con eso de la gobernanza, porque a fin de cuentas ha sido oposición y lleva desde 2017 como vicepresidente del gobierno. Algo que le sirvió para anotarse los éxitos del Ejecutivo y endosar los fracasos a García-Page. Claro que olvidó decir que las decisiones del gobierno, para bien o para mal, son colegiadas. Su público objetivo era el de los socialistas desencantados.
Y Arias, un profesor de educación física, apareció como el menos profesional de la política, como un ciudadano normal, el más cortado, el que menos dominaba la escena, algo que le hacía parecer un ciudadano normal, algo tímido, nada que ver con la imagen de un radical como pintan a Vox, pero que dista también de la seguridad que debe transmitir un presidente.
De moderación tiró García-Page, al que se le notaba incómodo y haciendo esfuerzos de contención para no entrar en un cuerpo a cuerpo duro que, en algún momento echaron en falta los más vehementes de sus seguidores. Pero esos ya están convencidos y el partido para él se juega en terrenos más templados. Page pedía otros cuatro años y cantaba y trataba de contar los buenos resultados de su gestión en los cuatro años últimos. Picazo y Núñez tiraban de gráficos, titulares de prensa y fotos para rebatir. Especialmente combativo estuvo Núñez, que ignoró a Vox y Ciudadanos.
Los autónomos, los impuestos, el empleo, la sanidad y la educación salieron de forma transversal y acapararon los minutos. Las cifras se usaban a conveniencia. Todos prometieron mejorar todo y a todos los ciudadanos… la vida. Era el “no bajaremos las lanzas hasta salvar todos los pueblos del mundo”, de Juego de Tronos
Al final todos ganaron y ninguno perdió. Es la ley del debate. Quizás el que pudo morder algo más de votos fue Molina, con un discurso de todo va a mejorar con 1.200 millones de euros más al año. Claro que se le olvidó decir que ese dinero es un deseo y no una realidad, que el gobierno no dispone de esa cuantía, que lo que quiere es disponer de ella en un nuevo modelo de financiación. Algo que traducido al conjunto autonómico supone 20.000 millones de euros más de financiación. Era como repartir el gordo de los euromillones sin que se haya celebrado todavía el sorteo. Algo que todos hicieron aunque en menor medida, porque hacer cosas cuesta dinero y nadie habló de dónde, cómo y cuándo sacar ese dinero.
Carmen Picazo, demostró que Ciudadanos ha venido para ser decisivo en la gobernación en la próxima legislatura y así lo hizo ver en el bloque de pactos.
Y Núñez, trató de transmitir la imagen de un nuevo Partido Popular, con la vista puesta en el futuro y tratar de recuperar el voto mayoritario que tuvo.
Último minuto para cada uno y a las 12, dentro música. Los intervinientes se relajaron y hablaron entre ellos ya a micrófono cerrado. Era el fin del debate, que coincidía con la hora de del fin de la saga de juego de tronos. El del Palacio de Fuensalida, que ocupó el emperador Carlos I.
Dice el share, que es la unidad de medida de la audiencia que CMM consiguió su objetivo y que con el debate llegó al 9,2% de la audiencia. Lo normal de la cadena para prime time es estar entre el 6% y el 8% de la audiencia.