Claves, Política | Crónica: De la monarquía en Podemos y del boquete en el Estado del Bienestar
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Reunión del Consejo de Ministros del pasado martes 14 de julio. (Foto: Pool Moncloa // Borja Puig de la Bellacasa) |
Cuando hay ministros que trabajan poco y mal
jueves 16 de julio de 2020, 21:31h
Si algo ha quedado patente en estos meses de gobierno de coalición es que buena parte de los ministros de Podemos trabajan poco y mal. No se duda de su capacidad ideológica, pero han demostrado una ínfima capacidad de gestión de las cosas públicas. Ya existía el precedente de Castilla-La Mancha, donde el paso de Podemos por el gobierno en la legislatura pasada se movió en esos parámetros, lo que terminó por hacer de la formación morada un partido extraparlamentario.
La primera gran boutade nacional fue la ley de igualdad de Irene Montero, que tenía más de ingeniosa que de marco jurídico adecuado. Compañero de Irene Montero, miembros del propio gabinete, la calificaron de “chapuza”, lo que provocó ese arranque de Pablo Iglesias de que “en las excusas técnicas hay mucho machista frustrado”. Había un gran deseo de anotarse un tanto electoral y se hizo un anteproyecto que parecía sacado de lo peor del rincón del vago, y que finalmente tuvo que ser arreglado desde otros Ministerios.
El ministro de Universidades ha estado desaparecido y es un verso suelto. El de Consumo, (una materia transferida hace décadas a las Comunidades Autónomas) tiene escasas competencias. Hasta ahora hay dos medidas que le han situado en los medios de comunicación, la limitación de la publicidad de las casas de apuestas y empresas del juego online y unas desafortunadas declaraciones en las que calificaba al turismo, la principal industria nacional, de tener poco valor añadido. No fueron las únicas declaraciones que se podían haber ahorrado. La ministra de Trabajo estuvo a punto de hacer descarrilar el diálogo social. No fue el único incidente, antes ya había provocado también el malestar en el sector agrario. La cosa motivó que se tuviera que implicar el presidente.
Además de la Ley de Igualdad de Irene Montero, Podemos puso la carne en el asador electoral en la renta mínima vital. La medida es buena, pero pesó más el interés electoral que el equilibrio en la gobernanza. Hasta tal punto fue así, que de nuevo tuvo que intervenir el presidente y encargar al ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá poner cierta cordura al proyecto.
Y es que, a fin y a la postre, todas las Comunidades tenían una renta mínima de inserción, una renta para los más desfavorecidos que buscaba paliar su situación, al tiempo que transitaran hacia la inclusión. Iglesias quería su protagonismo exclusivo en lo que debe ser el quinto pilar del Estado del Bienestar junto a la educación, la sanidad, las pensiones o la dependencia. Por ello obvió a las Comunidades en su diseño. Bastaba con que se hubiese establecido una regulación nacional y la financiación, como sucede con la dependencia, se hubiera compartido por los presupuestos de las Comunidades Autónomas y del Estado. En lugar de eso, se ha trasladado el coste a la Seguridad Social.
Es uno de esos costes “añadidos” que Escrivá quería suprimir del presupuesto de la Seguridad Social para equilibrar las pensiones y hacerlas sostenibles sin necesidad de tener que tocar el sistema de pensiones, no más allá de ir introduciendo paulatinamente dos modificaciones, la de retrasar la jubilación anticipada y la de ir aumentando los años de cómputo. Quería que el presupuesto del gobierno se hiciera cargo de esos otros costes que figuran en el presupuesto de la Seguridad Social.
Lejos de ello, de la noche a la mañana, la Seguridad Social carga con mayores costes derivados de la pandemia, a los que se suma el añadido de la renta mínima vital. Todo ello ha lastrado un sistema de pensiones que el ministro consideraba viable y cuyos números deficitarios hacen que los países duros de la Unión Europea reclamen ajustes estructurales en las pensiones si España quiere recibir parte de los 140.000 millones esperados.
Y es que la organización presupuestaria del escudo social que se ha implementado desde el gobierno y que articula el Ministerio de Trabajo y la Vicepresidencia Social, ha sido un grave error. Tanto que será la Seguridad Social la que soporte el grueso del déficit público de este año. En concreto, se estima que el déficit del organismo llegará a los 68.000 millones de euros, casi la mitad del que la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal calcula para todo el Estado (incluidos el gobierno central, las Comunidades Autónomas y las Corporaciones Locales).
Lejos de haberse seguido la senda trazada originariamente por el ministro Escrivá de trasladar los costes al presupuesto de la Administración del Estado, estos se han hecho recaer en la Seguridad Social, lo que ha venido a abonar las posiciones de los países duros de la Unión de que es necesario que España haga reformas en su sistema de pensiones y de que mantenga la reforma laboral. En definitiva, las prisas y una mala articulación presupuestaria del escudo social con el que se pretendía reforzar el Estado del Bienestar van a terminar por abrir un boquete en el sistema nacional de protección social a medio plazo.
Hoy hay cumbre europea para decir sobre los fondos de ayuda a la reconstrucción para los países miembros, que es tanto como decir que empieza a decidirse el futuro pensiones en España. Y no sólo de pensiones, también del gasto corriente. Todo apunta a que habrá rescate para España. Aunque se huya de esa palabra que tan malos recuerdos trae. Porque el rescate va a ir asociado a recortes. Ya se lo han dicho el presidente holandés, el sueco y la presidenta alemana al presidente Sánchez en su rápida gira de negociación previa a la reunión de mañana. Habrá dinero condicionado a ajustes y habrá otro condicionado y vinculados a proyectos concretos de gasto.
Juan Soto escribe en El Confidencial un interesante artículo bajo el título “La maldición de la disidencia interna en una monarquía llamada Podemos”. En el que señala que “Podemos es hoy una curiosa quimera: un partido republicano de puertas para afuera que funciona como una monarquía de puertas para adentro”.
El enfoque y el dibujo que hace refleja una realidad de Podemos que combaten personas como el castellano-manchego Fernando Barredo, que cuestiona la forma de hacer y de permanecer, de un modelo que se ha llevado por delante el espíritu del 15-M del que nació y al que a algunos les ha permitido escalar social y económicamente y obtener cotas de poder para su divertimento en su particular juego de tronos.